¿Pueden los tuits de alguien transparentar o trasuntar su esencia? ¿Puede alguien caernos bien o mal solamente por sus posteos de 140 caracteres o menos?
Casi cualquier humano necesitaría bastante más que 140 caracteres para explicarse, definirse o describirse. Sin embargo en la era 2.0 el tiempo apremia: ya casi nadie cuenta con un ciclo de atención que le permita leer varios párrafos largos o complejos online. En pos de la velocidad y de aprovechar las burbujas de ocio para comunicar públicamente estados de ánimo, situaciones, reflexiones y actividades, todos abrevan en las fuentes de la síntesis. Al hacer esto inevitablemente algo queda por fuera, no dicho y para que el receptor lo autocomplete; como hacen los diccionarios predictivos de los celulares.
Un pastel con velitas prendidas rodeado de caras sonrientes con gorros de colores en forma de cono. Esto es un recorte personal y hecho a propósito de uno de los momentos más significativos de un cumpleaños. Cuando se mira esa foto no se sabe si uno de los invitados se manchó la ropa con gaseosa o si los regalos le gustaron al agasajado. A través de esta ventanita intencional supondremos que todos disfrutaron sin contratiempos y recompondremos la historia sin siquiera darnos cuenta. Esta escena, a veces real y a veces dirigida casi como si fuera una sesión de fotos profesional, es la que el protagonista decide mostrar. Elige el plano que más le favorezca, la mejor luz o flash, se abraza con quienes más quiere para decirle algo al espectador, que en la vida tuiteada no siempre forma parte del círculo más íntimo.
En cada pérdida hay una liberación
Algo parecido sucede con Twitter. En esos recortes de pensamientos y acciones que el usuario decide exponer, está eligiendo, editando, moderando, exagerando; conscientemente o no, aunque la mayor parte de las veces parezca un posteo espontáneo, una simple instantánea del momento. No es lo mismo tuitear "saliendo para el gym" que "entrando al shopping". ¿Qué les dice a los seguidores, muchas veces perfectos desconocidos, ese detalle en particular? Ese detalle arma la escena, como los gorros de colores o las velitas.
¿Y qué pasa cuando alguien tuitea que está triste? ¿Por qué lo comparte? Ese, definitivamente, no es uno de sus mejores momentos. Pero sí es el apogeo, el esplendor de su sentimiento y decide compartirlo con cientos de seguidores por eso. Porque es el mejor plano: el más brillante, de uno de sus sentimientos más profundos. Podría convertirse en uno de sus mejores momentos al lograr palabras de consuelo inmediato de sus múltiples ciberamigos. Hasta podría lograr la llamada de aquel amigo con quien hacía tiempo no hablaba.
Dime qué retuiteas y te diré quién eres
Esencia de laboratorio podría llamarse la que dejan ver los usuarios que producen muy poco contenido original y se dedican a reiterar los posteos de los tuiteros a los que siguen. En esta selección -casi nadie retuitea todo el material que tiene disponible, ya que se convertirían en simples replicadores-, el usuario está armando su propio recorte a partir del de otros, como si fuera un collage; quizás por falta de herramientas a la hora de explicarse o quizás para esconderse detrás de las muestras ajenas.
Los amantes de las intervenciones y los necesitados de estímulos disparadores constantes están de parabienes con esta metodología: uno puede subirse a un tuit y reformarlo, deformarlo, agrandarlo, achicarlo y postearlo citando la fuente o no.
Soy Lady Gaga
Hasta aquí, los tuiteros simples y mortales. Hay otros tuiteros: cuidadosos, esmerados, especializados en seleccionar el material que se dará a conocer a través del usuario de algún famoso, un político o de una organización. Estos son los profesionales del 2.0; nunca sus posteos son ingenuos.
El objetivo detrás de esos 140 caracteres podrá quedar claro o no pero lo cierto es que hay pautas específicas para la creación de estos contenidos. ¿Nos muestran invariablemente el collage que el jefe quiere o asoma tímidamente en algún tuit la personalidad de quien lo crea? ¿Es perceptible para todos o sólo para los que conocen íntimamente a ese tuitero?
En uno de estos tuits puede aparecer una interpretación errónea de la consigna, un tecleo desprolijo o un posteo sin relectura comprobatoria en favor de la velocidad y en desmedro de la calidad, en los que se logra leer entre líneas la historia y las realidades del community manager en cuestión. Claro que existe la opción de borrar, pero se vuelve fútil desde que la vida 2.0 va en vivo. Lo más probable es que un tuitero atento ya haya hecho un RT (retuit) de ese post con altísimas posibilidades de que se multiplique hasta el infinito.
Tuitear o no tuitear
En esta plasticidad de la comunicación actual es mucho más fácil decir que no decir. ¿Quién determina lo que está bien y lo que está mal? Los mismos usuarios. Esto es como tener acceso ilimitado a un ágora desde el teclado de cada uno: todos pueden opinar sobre lo que quieran y contar al mundo lo que sienten, desean, imaginan y hacen, durante las 24 horas del día sin censura previa, salvo en países como China o Irán, donde rige un estricto control sobre Internet. ¡Y es gratis!
El usuario se convierte en un experto guionista, director, editor, productor y distribuidor de su propia película. Este film a veces es fantasioso comparado con otros y en algunos casos no alcanza con 140 caracteres. Allí es donde en algunas ocasiones tampoco alcanzan las meras palabras y se echa mano a los videos caseros con mayor o menor producción, para postearlos en YouTube, Vimeo o cualquier otro servicio parecido que hasta permiten tener un canal propio. Pero esa es otra historia.
Es sorprendente: aunque parezca una reducción imposible de la complejidad humana, en 140 caracteres se pueden decir muchas más cosas que las que uno cree. Cada tuit nos muestra algo único: es un plano detalle, a piaccere, de la vida.
¿Cuál es el tuyo?